Del 9 al 12 de Marzo se volvió a celebrar en nuestra casa de San Pablo un cursillo con 21 persona y prueba de ello, os dejamos dos testimonios que valen la pena leerlos detenidamente.

Haber vivido mi Cursillo de Cristiandad me ha permitido el privilegio de recibir el don para conocer, verdaderamente, al Espíritu Santo y ver cómo actúa en los demás y en mi mismo. Es un don ver, como entregando un corazón roto, Dios lo sana. Es un don ver, como después de tantos años asistiendo a misa y recibiendo los sacramentos, redescubres el verdadero significado de ser cristiano, que no es otra cosa que amar a Dios y al prójimo. Pero que si no abres tu corazón para que Dios te ame, es imposible poder amarlo. Es un don sentir como te arde el corazón cuando hablas de Dios y descubres que, en tu vida, solo quieres amarlo y seguirlo sin importar como ni donde.
El cursillo me ha regalado el lujo de vivir el evangelio y ver en cada uno de nosotros, los cursillistas, a aquella pobre viuda que echó un cuadrante al tesoro del templo pero en vez de un cuadrante, yo Señor, te ofrecía mi corazón diciendo: “Señor, sé que no es mucho, un corazón pecador, con dudas pero a ti te lo entrego entrego, es tuyo, haz con él lo que quieras. Sea lo que sea, te daré las gracias eternamente”.
He podido comprender la alegría que se vive en el cielo con cada conversión, con cada sí a Dios. Y sobre todo el Cursillo me ha permitido poder ir al mundo con una sonrisa y el corazón lleno de alegría y orgullo por ser un hijo de Dios y por la familia que me ha dado que sois todos vosotros, mis hermanos en Cristo.
Otra vivencia del Cursillo de Cristiandad 1.138
Juana, feligresa de la parroquia Virgen del Camino, nos invitó al cursillo a tres de nosotras, dispuestas a compartir la Fe y el Amor a Jesús, eso hizo que nos pusiéramos en marcha y así conocimos a Amalia, la coordinadora. El jueves, al atardecer, llegamos a San Pablo; El ambiente de espera era de cordialidad y acogida, y poco a poco se fueron rompiendo barreras y nos dejamos todos llevar por el Espíritu y por la campana que iba marcando el tiempo todos los días.
Ahora en «flash back» me viene a la memoria, la noche del Jueves Santo, cuando el Señor reunió a todos sus apóstoles y ofreció el pan y el vino…pues al compartir la mesa, todos sin conocernos, estábamos allí reunidos por un AMOR, conocido, desconocido o enfriado. El ambiente del comedor con manteles y flores, desprendía una sencillez amorosa. los sacerdotes bendiciendo la mesa cada día…el sentamos sin crear grupos cerrados, ayudaron a que el hielo de lo desconocido se derritiera y las distancias entre nosotros se marchara.

Sirvieron los responsables de cada mesa las viandas que en la cocina elaboraban, (nos llegaban casi sus sabores y olores), para nosotros, hermanos de Fe.
Al día siguiente, al tocar la campana, todo estaba programado. Charlas, grupos, exposiciones, oraciones, Sagrario e intendencia. Pensé en una de las cartas de Pablo referente a la iglesia, donde la cabeza es Cristo. Los diálogos entre nosotros, la coordinación, los sacerdotes (dos pedacitos de cielo) dando testimonio de su Amor al Señor.
Sentí en el corazón y la mente el estar guiado por una fuerza que te lleva de la mano, no sólo a mí, sino a muchas almas. Nos acompañaron personas formadas y que se forman para dar a conocer y vivir el pan nuestro de cada día. En la parte de atrás, como entre bambalinas, estaba el servicio de cocina, recibiendo ese pan que es, palabra vida, y testimonio.
Esa experiencia me hace sentir más humana, más noble, hasta llegar a humedecer mis ojos por la falta de compromiso Sentí una iglesia viva, colaboradora, y organizada, donde le pido a DIOS que encuentre mi hueco y aportar mi granito de arena.
El domingo fue un derroche de alegría, La música en vivo nos despertaba con sus colores y sonrisas. Un ingrediente difícil de vivir, pero la donación de aquella procesión era gratuidad y gozo. Esos momentos unieron a todo el grupo. El motivo de estar allí se hizo presente, El encuentro con Dios…… El padre que calma la sed cura las heridas, ábrelos ojos… y se reencuentra con sus hijos.
Me vino a la cabeza la muchedumbre que no tiene que comer, y la multiplicación del pan y los peces. Una vez saciados con el pan y pescados por el Señor en la Eucaristía, nos esperaba el Encuentro con la comunidad hecha carne, fue increíble salir de aquel recinto al mundo restaurados. El corazón de colores acompañado de aplausos que nos abrazaron con su sonido.
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