Viví mi Cursillo en el año 2010. En la casa de S. Pablo ocurrieron muchas cosas, bueno más bien allí se concitaron un montón de certezas. Pero lo más reseñable tras estos ocho años es que sin caer en la exageración, si yo no hubiese hecho el Cursillo mi vida sería otra al día de hoy.
Hay tres imágenes o tres momentos que son los que recuerdo con más fuerza.
El primero ocurrió en la hermosa capilla de la casa de San Pablo. Se proclamó el Evangelio de Juan 15, 15: «Ya no os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace el amo. A vosotros os he llamado amigos porque os comuniqué cuanto escuché a mi Padre». En aquellos instantes asumí esas palabras como propias, Cristo me hablaba a través de su Palabra y de forma instantánea sentí con gran gozo que yo soy hija de Dios y hermana de Jesucristo ¡No cabía mayor dignidad! Podía mandar a paseo todos los libros sobre autoestima en los que había ido buscando respuestas. Se me había desvelado el gran misterio de la vida. Los grandes interrogantes existenciales del hombre me quedaban resueltos con gran contundencia y certeza: yo no soy sierva de nadie ni de nada, sino amiga de Jesús e Hija del Padre. Fue un momento muy especial, vivido con un gran gozo de corazón y creo que a partir de ahí todo se tornó diferente.
Habiendo obtenido la clave de tantas preguntas sin respuesta hasta el momento, comenzaba un nuevo camino, se abrían unas nuevas sendas por donde transitar con los viejos y nuevos problemas. Desde entonces mi vida tiene otro sentido y mis decisiones, si no son correctas, siento que se me reprende con gran amor y siempre, siempre, siempre Él me marca el buen camino.
A partir de ese momento, todo encajaba como en un engranaje perfecto. Muchos pensamientos o emociones de las que yo sentía se sustentaban en la propia arquitectura de la casa de San Pablo, que constituye ese segundo recuerdo. La luz que entraba a raudales por los ventanales tenía el poder de iluminarlo todo, lo bueno y lo no tan bueno que hay en cada uno de nosotros. Esa luz y no otra, «la luz del mundo» es la que en adelante me iba a ayudar a conocerme y por tanto a avanzar, porque en la casa de San Pablo tomaba fuerza el Evangelio y ahora creía comprender mejor que Jesús es «la luz del mundo». Pero el “summum” de esa arquitectura, que yo apreciaba armónicamente acompasada con el ritmo del Cursillo, es la Capilla. Allí la luz natural daba paso a una umbría que propiciaba una intimidad necesaria. La multitud de ladrillos superpuestos de sus paredes se me antojaban como una amalgama de vivencias y sentimientos propios y ajenos. Pero la fuerza inexplicable de las líneas de fuga marcadas por los laterales, arrastraba inevitablemente la mirada hacia el altar. Todas mis vivencias quedaban depositadas allí, a los pies del Sagrario, a los pies de ese Cristo de cuerpo desmadejado e inusuales proporciones. Esa imagen supuestamente imperfecta que tanto me ayudó a sentirlo Hombre y por tanto a estar más cerca de Él.
Y así, en medio de la travesía de tu vida encuentras lo que para el pueblo escogido en el desierto fue «la tienda del Encuentro».
A lo largo del tiempo, el Cursillo se va sedimentando y dando frutos. De nuevo adquiere actualidad el Evangelio de Juan: «A vosotros os he llamado amigos porque os comuniqué cuanto me ha dicho mi Padre». En el Movimiento de Cursillos conocí a personas que pedí a Dios que se quedasen en mi vida y Dios me lo ha concedido. Ahora sé que la amistad es un concepto absolutamente evangélico, porque Cristo estuvo siempre rodeado de muchas personas que lo buscaban pero también de sus amigos más íntimos, más cercanos y así también me siento yo, acompañada desde ese día por los que llamo cariñosamente «mis testigos favoritos», testigos que me ayudan a caminar en mi día a día.
Terminaré con una pequeña anécdota. Antes de entrar en la Capilla la mañana del tercer día y «muy tocada» le dije a una persona del equipo: por qué habéis hecho esto, ¿por qué esto no se cuenta así en nuestras iglesias?, aquí está la pedagogía perfecta del cristianismo, lo que yo buscaba y no había encontrado en otro sitio. Esta persona, ahora amiga mía, me respondió con una sonrisa llena de comprensión y paciencia: pero Adela, a San Pablo puede subir todo el mundo, tú ahora también lo puedes contar. Y es cierto, San Pablo es una casa abierta a todo el mundo y dispuesta a recibir y a acoger numerosos «Encuentros». ¡De colores!
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