Es de bien nacido el ser agradecido. Y es que Dios se vale de tantas personas y momentos que no nos paramos a dar gracias por todo lo que Él nos regala. Ingenuos nosotros hemos tomado por costumbre esa frase tan vana pero a la vez tan cierta por desgracia, de ver “el vaso medio vacío”.
El Señor decidió que con 19 años pronunciase un sí rotundo a la propuesta de realizar el cursillo 1096. Mezcla de sentimientos, incertidumbre y miedo afloraron en mí a escasos segundos de cruzar la puerta de la Casa San Pablo. Segundo a segundo y a medida que pasaba el cursillo saboreaba cada frase y la meditaba en el corazón, sintiendo que ese vaso empezaba a llenarse.
Aprendí que en la vida, hay un capitán, y que es tanto el amor que nos regalas, Dios mío, que no somos conscientes, de que estas ahí sosteniendo nuestra vida y agarrando el timón para llevarnos a puerto. Es un viaje duro, difícil pero tú estás conmigo, con nosotros.
Desde que aquel domingo en el que abandoné la casa de cursillos, mi vida ha cambiado, pusiste luz en las tinieblas y pese a mis numerosos tropiezos me abriste los brazos para que me reconfortase en ellos, como aquel padre que abrazó a su hijo. Agradezco que te valgas de mis humildes y a veces temblorosas manos para hacer tu voluntad y contribuir a llenar el mundo de colores.
Eres el alfarero que de mí ha hecho un vaso nuevo, y que lo ha llenado con tu Gracia. Decirte que te amo incondicionalmente y que cada mañana despierto agradeciendo que me dieses esta oportunidad.
Eternamente agradecido,
Enrique
Cursillo 1096
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