Hace algo más de 8 años que nuestra mariposa nos preguntó si queríamos hacer un Cursillo de Cristiandad, no estaba en nuestros planes, pero está claro que no está en nosotros la última palabra. Mi marido y yo hicimos nuestro Cursillo juntos, en noviembre de 2014, y aunque después hemos hecho alguno más, el que marcó la diferencia fue el primero; el 1038. Y desde entonces, estamos viviendo juntos nuestro cuarto día…
No puedo decir que me sirvió para conocer al Señor, ni para enamorarme de Él, me siento cristiana desde que tengo uso de razón, pero a veces estás tan metida en la rutina de la vida que hasta las cosas de Dios se hacen por inercia.
El Cursillo, además de servirme para despertar en la fe como matrimonio, fue para sentir un “eh, estoy aquí, sigo aquí, siempre estaré aquí…no importa lo que hagas, ni cómo te sientas, no sufras, no estás sola, siempre estaré contigo” y desde entonces, Dios es el pilar más importante de nuestra vida.

Creo que de vez en cuando es imprescindible relajarse un poco, tomar una pausa y reordenar nuestras prioridades. Es un cambio que vale la pena.
El Cursillo nos ayudó a empezar a vivir la fe en familia y actualmente la vivimos formando parte del grupo de catequistas prematrimoniales, en grupos de matrimonios, escuela de familias…vamos a algún retiro en Adviento o Cuaresma, campamento de verano diocesano para familias…e intentamos participar en las diferentes actividades que organiza nuestra Parroquia en Aguilar de la Frontera, o nuestra diócesis. Además, vamos a misa juntos, bendecimos la mesa, rezamos en el coche, por las noches o cuando tenemos alguna preocupación importante o simplemente para dar las gracias por todos los dones que recibimos y aunque con nuestros dos hijos mayores, ya adolescentes, nos encontramos en muchas ocasiones con diferencia de opiniones, no tiramos la toalla, sabemos que no estamos solos y que nuestra misión es sembrar.
Yo, además, participó como consejera en PROYECTO RAQUEL, un proyecto de la Delegación de Familia y Vida, que acompaña y ofrece ayuda espiritual a personas que se han visto implicadas, de alguna manera, en un aborto provocado.
Queremos, a través de nuestra fe, ofrecer esperanza y reconciliación a esas personas que llegan hasta nosotros pidiendo ayuda, reconciliación con ellas mismas, ya que necesitan perdonarse por la decisión que un día tomaron, lejano o no, fuera por el motivo que fuera, aunque sobre todo lo que necesitan es sentir el amor y la misericordia de Dios, y es que hay heridas que sólo a través del amor incondicional y misericordioso que Dios nos tiene pueden sanar completamente.

Cuando termina todas las sesiones que dura el proyecto, esa persona siente que tiene una nueva oportunidad de vivir y ser feliz, sintiéndose perdonada, sin ser juzgada y tú te sientes, no sé, creo que la palabra es aliviada, debe ser la misma sensación que tiene el pastor que abandona las 99 ovejas para ir en busca de la oveja perdida y vuelve con ella y la deja en el redil, protegida, a salvo. Es la sensación de saber que has hecho un bien, no sabes cómo has sido capaz, pero lo has hecho, te has dejado guiar por Dios, y Él actúa a través de ti y te sientes feliz.
Ya lo dice Jesús en el Evangelio y a menudo nos lo recuerda el papa Francisco en sus homilías “Hay más alegría en dar que en recibir”.
Mª Elena Mejías Real – Cursillo Nº 1.038
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