Querido Padre, hoy he decidido hablarte a través de estas simples letras para contarte mi experiencia en el cursillo 1095.
Ese sentimiento de querer sentirte más cerca, más fuerte y agarrarte de la mano fue lo que, en un principio pensé, me dio ese impulso de querer participar en un cursillo de cristiandad.
Una mezcla de incertidumbre por no saber lo que me esperaba, nervios por no conocer a las personas que compartirían conmigo aquellos días, ilusión por saber que aprendería más de tí… Una mezcla de sentimientos se revolvían dentro de mí las horas previas a subir a la casa de cursillos.
Todos estos sentimientos se disiparon el primer momento que estuve frente a ti, frente al Sagrario. Incluso las razones por las que en un primer momento me impulsaron a ir cambiaron. Todos mis pensamientos se disiparon. Y allí me quedé. Frente a ti.
Tú fuiste el que me llevó allí, el que quiso que me quitase la venda y te viera de nuevo, sintiera tu abrazo en cada uno de los que me daban las maravillosas personas con las que compartí aquella experiencia de amor de Dios. De tu amor.
Gracias Padre. Gracias por elegirnos de nuevo en el día de María Inmaculada, nuestra madre, el gran ejemplo del Sí a ti. Gracias por todas las herramientas que se nos han regalado, por cómo el Espíritu Santo iluminó a aquellos que nos guiaron y acompañaron. Aquellos que nos mostraron diferentes formas de usar esas herramientas. Esas que hacen el mundo un poquito más alegre y de colores.
Ahora te espero Señor. Te espero en esta época de Navidad. Te espero como un Jesús vivo, como la gran muestra del Amor de Dios.
Te acojo en mi corazón y te llevo allí donde viva, donde trabaje, donde estudie y donde me necesiten.
Que tu luz nos envuelva y nos llene para prender e iluminar el mundo con tu Amor.
Elena.
Cursillo 1095
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