No cabe ninguna duda que la conversión de Pablo es la más famosa y nombrada de todas las conversiones de la historia del Cristianismo. Es por eso que Lucas se quedó tan impresionado que decidió narrarla en tres ocasiones diferentes en el libro de los Hechos de los apóstoles (Hch 9:1-22), (Hch 22:6-16), (Hch 26:12-18). Es bastante curioso ver como Lucas la repitió, más si nos fijamos en que este era un escritor que se caracterizó por lo breve y la conciso de toda su obra. Pero ¿qué hizo que un hombre como Pablo, que odiaba el nombre de Jesús, que perseguía y mandaba asesinar a los cristianos, se hiciera uno de de sus mayores seguidores? ¿Qué aconteció en su vida para que llegara a ser el mayor propagador del cristianismo? La respuesta es que Saulo de Tarso se convirtió al cristianismo cuando el Señor Jesucristo se encontró con él. Ahora bien, la conversión de Saulo nos plantea algunas preguntas: ¿Qué es la conversión? ¿Es realmente necesaria? ¿Tiene que sucederle a todo el mundo de la misma forma? ¿Es algo repentino, o es tal vez un proceso gradual? ¿Es algo que se va extinguiendo y apagando con el tiempo, o es algo duradero?
“La auténtica conversión se produce cuando experimentamos en nosotros el amor de Dios y acogemos el don de su misericordia; y un signo claro de que la conversión es auténtica es cuando caemos en la cuenta de las necesidades del prójimo”, (Papa Francisco).
Esta muy claro que la conversión de Pablo es una importante evidencia a favor del evangelio y de la resurrección de Jesús. Lo más razonable es pensar que Jesús de Nazaret, el que había sido crucificado y del que Saulo pensaba que estaba muerto, realmente había resucitado y ahora le llamaba desde su gloria para que le sirviera. Si ese encuentro no hubiese sido tan claro para Pablo ¿Por qué tomaría la decisión de convertirse en un seguidor de Jesús, si esto no le acarrearía nada más que problemas y la pérdida de todo cuanto tenía?
La conversión de San Pablo, es un hecho excepcional que marca la historia del cristianismo. Pero es excepcional como cada una de las conversiones que se producen en nuestro día a día. Jesucristo nos trata a cada uno por nuestro nombre, por tanto cada conversión es única y excepcional. En cada cursillo vemos como Dios se va encontrando con cada uno de nosotros de una manera única. ¿No fue así también contigo?
«Convertirse significa cambiar de vida, tomar un rumbo diferente del que se venía siguiendo, como hicieron los ninivitas ante la predicación de Jonás»,(Mons. João Scognamiglio Clá Dias).
La conversión siempre se produce como consecuencia de una iniciativa divina. Jesús inició el encuentro que terminó con la conversión de Pablo. Y Pablo no tuvo reparos en admitir que no hizo nada que le hiciera merecedor de la salvación. Por el contrario, en sus propias palabras afirmó ser “el peor de los pecadores” (1 Ti 1:15). Nadie puede jactarse de la salvación como algo que haya logrado por sí mismo, o de lo que sea merecedor (Ef 2:9).
En cierto sentido es seguro que en algún momento de nuestras vidas nosotros también hemos sido llamados por Jesucristo, aun cuando quizá no hayamos reconocido que era él.
Puede haber sido al leer o escuchar su Palabra que nos llama al arrepentimiento y la fe o tal vez nuestra conciencia nos ha recordado lo que hemos pensado, dicho o hecho. Quizá nos hemos llegado a sentir vacíos y deprimidos, sin encontrar sentido a nuestra vida, aunque quizá lo tengamos todo. Puede que Dios haya llamado nuestra atención por medio del dolor de una enfermedad, una pérdida, el fracaso en un negocio, o situaciones adversas que se repiten una detrás de otra. O el temor a la muerte y el juicio eterno. Lo que es indudable es que el Espíritu Santo obra en nosotros de muchas maneras para llevarnos a Cristo (Jn 16:8-11). Al igual que con Saulo, Dios hará todo lo que haga falta para colocarnos en un punto de absoluta dependencia de él. Inflexiblemente, pacientemente, y fielmente persistirá en su llamada hasta que al final y voluntariamente nos postremos ante él.
“Siento la necesidad de que crezca nuestra disponibilidad común al Espíritu que nos llama a la conversión, a aceptar y reconocer al otro con respeto fraterno, a realizar nuevos gestos valientes, capaces de vencer toda tentación de repliegue. Sentimos la necesidad de ir más allá del grado de comunión que hemos logrado.” (Orientale Lumen, San Juan Pablo II)
Por ello el resultado de la conversión también es la identificación, aceptación y comunión con la iglesia de Cristo. Dice Lucas (Hch 9:17) “Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo…” El temido enemigo de la Iglesia fue recibido como un hermano, como miembro de la familia. Fue por esta razón que se levantó y fue bautizado (Hch 9:18).
Esto nos recuerda un principio que no siempre es tenido en cuenta: No se puede aceptar sinceramente a Cristo y no querer tener nada que ver con su pueblo. No se puede profesar amor al Señor Jesús y rehusar amar a sus santos. No se puede decir que nos identificamos con él y no hacerlo con su pueblo.
Feliz día de la Conversión de San Pablo.
«Dios es padre de todos, y está sobre todos, y actúa por medio de todos en todos.» (Ef. 4:6)
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