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Inmigración y Compromiso.

Desde la década de los años 90, la realidad de la población española comenzó a modificarse con la llegada de población extranjera de manera significativa, como un fenómeno inédito llevado de la apertura política y el crecimiento económico que nuestro país experimentaba. Llegada incesante de personas migradas, que hoy representan el 11 % del total de nuestra población –aunque en nuestra provincia no llega al 4 % -, una cifra similar a los países de nuestro entorno.

¿Tenemos avalancha o más inmigrantes que otros países?, ¿compiten con nosotros en el mercado laboral?, ¿está en peligro nuestra identidad?, ¿hay más delincuencia porque hay más inmigración?, ¿tienen los mismos derechos que nosotros?, ¿qué aportan los inmigrantes a nuestra economía y qué reciben de ella?, ¿es comparable la inmigración actual con la emigración española de hace décadas?, ¿hacia dónde camina Europa?, ¿somos una sociedad intercultural?, ¿hay soluciones para esta situación?, ¿cuáles son las paradojas del codesarrollo?, ¿es posible una nueva ciudadanía?… La cuestión migratoria se sitúa cómo una de las grandes preocupaciones que aborda la sociedad española en la actualidad, y sobra la que se construyen grandes mentiras .

No puedo entrar aquí a responder todas estas preguntas. Pero el enfoque no es neutral, sino interesado. La inmigración ha irrumpido en el debate público, en la preocupación de las sociedades modernas, y también en los guiones programáticos de los partidos políticos. Así, unos juegan con los sentimientos de identidad, seguridad y bienestar de la población para sembrar dudas sobre la inmigración y visionarla negativamente, articulando medidas restrictivas. Y otros, tradicionalmente partidos social demócratas y de izquierdas, subrayan las aportaciones de los nuevos ciudadanos y ponen el acento en la defensa de los derechos humanos y la solidaridad entre pueblos y naciones.

A mi entender, hay que configurar la migración como un bien público de carácter mundial, recogido como derecho de las personas en el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que haga de la inevitable globalización un espacio al servicio de las personas más allá de la hegemonía de los mercados. Debemos contemplar las migraciones como un factor positivo y ampliamente contrastado en las economías de los países de origen y en los países de destino; en la corrección de los desequilibrios demográficos mundiales; en la redistribución de riquezas; en el enriquecimiento mutuo de culturas y pueblos que nos acerque, ahora sí, a una verdadera alianza de civilizaciones, sustentada en el deseo y posibilidad de convivencia cotidiana de los seres humanos. Desde luego, regulado de manera ordenada y flexible, con un marco jurídico supranacional y supracomunitario de derechos y obligaciones que debe residenciarse en el seno de Naciones Unidas. Desde el ámbito de la cultura, como formas de entender la vida, como respeto de la convivencia en el descubrimiento de la otra persona, de su realidad, principios y valores, la inmigración no es una amenaza sino una oportunidad para enriquecernos. En definitiva, donde hay inmigración, hay riqueza.

Todos somos emigrantes de origen. Antes o después, todos procedemos de lugares distintos al que hoy habitamos, fruto de encuentros y traslados, de coyunturas y circunstancias muy diversas. Y no sólo desde el punto de vista de las raíces de nuestro árbol genealógico, sino también desde el prisma de la cultura de nuestra sociedad, conformada por corrientes superpuestas que se han ido sedimentando a través de los siglos, y cuya evolución es continua. Además de esta mirada al pasado para descubrir nuestro presente, debemos destacar que desde el punto de vista económico, también resulta positivo el fenómeno de la inmigración, que mantiene sectores de actividad y producción que no asume la población de origen, además de incrementar el consumo interior y distribuir las cargas fiscales. Numerosos estudios de fundaciones y universidades coinciden en el saldo positivo de la balanza económica. Un extranjero deja mucho más de lo que recibe. Otro de los mitos más extendidos y arraigados en nuestra sociedad, y con consecuencias más destructivas para las personas que inmigran, es considerar a éstas responsables de un porcentaje desproporcionado de los delitos que se cometen. Los estereotipos que buscan criminalizar a las personas inmigrantes son, y han sido, una constante en todas las sociedades receptoras, y suponen un importante factor de distorsión en las percepciones y debates sobre los problemas que surgen a raíz de los distintos movimientos demográficos migratorios. Es una opinión inducida y falsa, que niegan todos los datos oficiales del Ministerio del Interior, de Justicia, del Consejo General del Poder Judicial, etc.

Debemos de preguntarnos cual es nuestra posición como cristianos, que no debe ser de contenido utilitarista, sino centrada en la propia dignidad de la persona humana. La religión cristiana, ha sido un adalid abanderado por el discurso de la atención e inclusión de los inmigrantes en toda su doctrina. Ya en el Antiguo Testamento, encontramos referencias reiteradas en el libro del Exodo: “No vejarás al emigrante. Conocéis la suerte del emigrante, porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto” (Ex. 23,9). En el libro del Deuteronomio: “Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Dt. 10, 19); “No lo explotaréis” (Dt. 23,16); “maldito quien defrauda de sus derechos al emigrante” (Dt. 27, 19). O en el Libro del Levítico: “No lo oprimiréis (Lev. 19, 34), “lo amarás como a ti mismo” (Lev. 19,34). En el Nuevo Testamento. Jesús de Nazaret eleva al extranjero a signo de acogida de su Reino: “Fui extranjero y me acogisteis” (Mateo 25, 35). Por ello la tradición y el magisterio de la Iglesia ha subrayado el valor central de la persona humana, cuya dignidad no puede ser instrumentalizada con fines políticos o económicos, como manifiesta la encíclica Redemptor Hominis de Juan Pablo II, si bien la materialización del mismo queda a la sensibilidad diversa de los responsables pastorales de las iglesias locales. En España ha sido notable la aportación de la Iglesia Católica tanto a través de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal, que aprobó el 27.11.2007 el documento titulado “La Iglesia en España y los inmigrantes”, como a través de la labor desarrollada en numerosas diócesis, a través de los programas de Cáritas, mediante el instrumento de asociaciones específicas, o a través del compromiso de órdenes religiosas y personas consagradas.

Los mensajes y documentos del papa Francisco sobre la inmigración son muy numerosos desde el inicio de su pontificado. Ya en Lampedusa hace 7 años, el sucesor de Pedro exclamaba con fuerza: “¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a los demás, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestros trataban de salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un lugar mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte.

¡Cuántas veces aquellos que buscan esto no encuentran comprensión, acogida, solidaridad! ¡Y sus voces suben hasta Dios!

También hoy esta pregunta surge con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Nadie! Todos nosotros respondemos así: no soy yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente no yo. Pero Dios pregunta a cada uno de nosotros: “¿Dónde está la sangre de tu hermano que grita hasta mí?”

Hoy nadie se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, del que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano: miramos al hermano medio muerto en el borde del camino, quizá pensamos “pobrecito”, y continuamos por nuestro camino, no es tarea nuestra; y con esto nos tranquilizamos y nos sentimos bien. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bellas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisorio, que lleva a la indiferencia hacia los demás, es más lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos habituado al sufrimiento del otro, no nos concierne, no nos interesa, no es un asunto nuestro!

Vuelve la figura del Innominado de Manzoni. La globalización de la indiferencia nos hace a todos “innominados”, responsables sin nombre y sin rostro.

¿Adán dónde estás?”, “¿dónde está tu hermano?”, son las dos preguntas que Dios hace al inicio de la historia de la humanidad y que dirige también a todos los hombres de nuestro tiempo, también a nosotros.”

Francisco García-Calabrés Cobo

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Comentarios

  • Jose Miguel Cañas Rojano
    06/12/2020

    Estupendo artículo. Es necesario despertar las conciencias cristianas sobre este doloroso problema.
    Muchas gracias.

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