6/ene/2012
Tú eres mi Hijo amado, el predilecto
del Evangelio según San Mateo 1, 7-11
“Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.” En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Después de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo». Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto».
Comentario
Celebramos este domingo la solemnidad del Bautismo del Señor, con el que coronamos estas fiestas entrañables dela Natividad. Hemos meditado y celebrado los momentos centrales del acontecimiento que partió en dos la historia de la humanidad; nos hemos alegrado con un gozo inefable, sabiendo lo que Dios ha hecho por nosotros: humanarse, hacerse uno con nosotros o, como decía San Ireneo: “Dios se ha rebajado hasta el hombre para llevar el hombre hasta Dios”.
En el Evangelio de este domingo, nos narra San Marcos como Juan predicaba en el desierto a uno que podía más que él y al que no merecía ni desatarle la correa de las sandalias, trabajo que era incluso indigno para los esclavos. Aquí tenemos un hombre de Dios del que aprender las virtudes que este mundo no nos puede enseñar porque no las conoce: humildad, humildad, humildad…. No hay santo sin esta virtud, ni santidad que se pueda construir sin este cimiento imprescindible. Ante esta virtud no se pueden presentar: el “yo soy”, “es que yo tengo”, “es que me merezco”, y un largo etc.
Del Bautista dice Cristo “no ha nacido de mujer hombre más grande que Juan”, y así es. Pero él no se lo cree, no hace uso de ese poder que le otorga el mismo Mesías para tener autoridad ante el auditorio, no se toma ninguna licencia, sino que acata la voluntad de Dios en cada instante, quitándose él de en medio y poniendo al Señor en cada palabra que salía de su boca. Nos cuesta cumplir la voluntad de alguien que no sea yo, pero ahí está Juan y cientos de miles, de millones de cristianos que han escuchado una llamada, una voluntad y la han seguido hasta el fin de sus días, confiando no en sus propias fuerzas, sino en las del que les da el envío. En la escuela de Cursillos no estamos sólo porque nos guste, porque veamos el “milagro que Dios obra en los corazones o porque en mi casa siempre hemos sido muy del movimiento, sino porque Dios nos lo pide. Esa es la garantía de que estamos haciendo su voluntad: de que entre quehaceres, dificultades y apatías, seguimos al pie del cañón.
El Señor se ha puesto en la fila de los pecadores, nadie advierte su presencia, tan sólo San Juan, el que no tiene necesidad de rebajarse más lo sigue haciendo, colocándose en la cola de los que no son puros y así lo seguirá haciendo hasta expirar enla Cruz. Él mismo no sólo nos habla de la humildad, sino que la vive como lo más natural. Dios no necesita purificarse y se mete en el río para recibir de manos de si primo el Bautismo. La voz celestial del Padre asombra a todos pidiendo que le escuchemos; no sólo los que estaban presentes ese día, sino toda la humanidad de todo tiempo y circunstancia. Él es el Predilecto, no nosotros, Él, el Todopoderoso, no nosotros, Él, el que tiene el poder, no nosotros. Y aun así se humilla, se hace pequeño, se hace uno más.
Aprendamos todos la principal virtud del que ama a Dios, la humildad, meditando este Evangelio sobrecogedor, mirando a Cristo escondido y a Juan colocándose en el último sitio, para ser dichosos de verdad en este mundo. Porque, cuando intentamos está por encima del resto o creernos alguien, sólo nos acarrea dolores de cabeza y sequedad de corazón. Cuando el Señor nos pide algo, Él sabe por qué lo hace.
Que la humilde Nazarena, nos ayude en este caminar hacia la santidad y nos enamore de las virtudes cristianas, que son las que convierten este mundo en habitable y ala Iglesia en la esposa fiel de Jesucristo. Un abrazo a todos.
Patricio Ruiz Barbancho
Párroco de la Purísima Concepción
de Fuente Palmera (Córdoba)
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