19/feb/2012
El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados
del Evangelio según San Marcos 1, 40-45
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados quedan perdonados». Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?». Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico «tus pecados quedan perdonados» o decirle «levántate, coge la camilla y echa a andar»? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados … »Entonces le dijo al paralítico: «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa». Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual» .
Comentario
Semana a semana la liturgia nos lleva de la mano, con el mismo amor que una madre acompaña al hijo, haciendo que nuestros días se llenen de una Palabra que viene de Dios, de un “tiempo” que es manifestación del amor del Padre.
El domingo séptimo del tiempo ordinario nos pone a la puerta de la cuaresma y antes de dejarnos al comienzo del desierto, ese estado necesario para ver al Señor, nos grita “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
¿Quién, en algún momento de su existencia, no ha estado “clavado” a una camilla? La enfermedad -la existencia vivida en minúscula o esa película de nuestra vida llena de capítulos oscuros o escenas que nunca deseamos que vean la luz- nos postran, clavan o paralizan. Difuminan hasta tal punto el ideal de nuestra vida que ya no sabemos cuál es el camino correcto para convertir el agua en vino: lo normal en extraordinario, la postración en caminar alegre. En definitiva, dejar el pasado y asumir con esperanza el futuro.
Una doble curación: la física y la espiritual; porque si quitamos el pecado del diccionario habría que borrar también el cristianismo del mismo diccionario. Nada mejor que asumir el pasado para construir desde la vida de gracia el presente.
A Dios no le faltan manos para ponerlas en nuestra camilla, “mariposas” que nos hagan pararnos, reflexionar y dejarnos levantar por la mano curativa del Padre.
Nos quedamos a la puerta de un nuevo tiempo litúrgico con el agradecimiento a Dios por poner en nuestro camino quien nos lleve ante Él y con el compromiso de ser colaboradores de Dios como “camilleros” creativos en la necesidad, llenos de constancia e insistentes. ¡Qué buenas actitudes para cualquier proceso de evangelización!
Abramos esa parte del techo que separa a muchos de Dios y trabajemos para que se produzca el encuentro entre Dios y el ser humano herido de diversos males.
Miguel David Pozo León
Párroco de Santa Mª La Mayor
de Baena (Córdoba)
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