Espirales de violencia
Una espiral puede ser algo simpático o curioso cuando se trata de humo, o cuando se forma una tirando la serpentina. Cuando, sin embargo, se trata de una espiral de violencia que acarrea otra de muertes y sube y sube hasta que se pierde en el infinito, hay de mi, la adrenalina hiela por tus venas y el pánico amordaza los sentidos. Hace unos días que he vuelto a Centroáfrica y el toma y daca infernal es horrible. Las tres semanas que he estado fuera había bajado el número de muertos por día, de decenas a unidades, lo cual, magro consuelo, no llega a ser un grandísimo desconsuelo, siempre que hay muertes de por medio. El Papa ha hablado de Centroáfrica ya en varias ocasiones, pidiendo que impere la cordura, que cesen las venganzas y se llegue a una tolerancia que posibilite tanto a los musulmanes del país (antes el 15%, ahora creo que lleguen al 7 u 8%) como a los no musulmanes a vivir en paz, pues vida sólo hay una en esta tierra, que no tenemos otra de recambio como la rueda de repuesto del coche. Los tres líderes religiosos de Centroáfrica, el arzobispo, un pastor protestante y el imán de la mezquita central, han peregrinado a Naciones Unidas, a la conferencia episcopal americana, a decenas de sitios e incluso hasta el mismo Papa Francisco, para denunciar la violencia ciega que toca una parte de la población de Centroáfrica. La otra parte, la más numerosa, sigue escondida en Iglesias, templos y mezquitas, como frágiles peones de ajedrez en la lenta espera a que una torre les estalle en la cara en forma de granada. Muchos musulmanes han encontrado refugio en misiones católicas y allí rezan y lloran por tantas pérdidas humanas y desgracias acumuladas desde hace un año a causa del caos en que está sumido el país desde marzo de 2013, mes de la llegada del gobierno fundamentalista Seleka, que quería convertir el país en una República Islámica. Estos seleka han sido nefastos para Centroáfrica. Tantos musulmanes callaron ayer y hoy los más radicales les pasan la factura. Una factura envenenada y, desgraciadamente, ensangrentada.
Este reconocido triunvirato de líderes religiosos está gritando a los cuatro vientos que la violencia es un camino ciego que no conduce a ninguna parte. Pero todos sus mensajes parecen ser tenues espirales de viento que apenas rozan los oídos sordos de los violentos.
Porque desde el mismo día que llegué las cosas se han disparado. Hace 4 días un grupo de vándalos atacaron el barrio musulmán del Km 5, donde está la maltratada parroquia de Nuestra Señora de Fátima, en donde un millar de musulmanes se esconden incapaces de ir a ninguna parte porque francotiradores impunes les cazan al vuelo como a perdices y allí mataron a cuatro personas. Otra espiral más, esta vez de impunidad, porque se puede linchar y machetear a alguien sin que ese acto asesino vaya a ser nunca juzgado por nadie. La respuesta fue anteayer, cuando otro grupo de vándalos, esta vez musulmán, tiró una granada en medio de una celebración mortuoria, seguida de varias ráfagas de metralleta provocando decenas de muertos y heridos, justamente en el barrio de Fátima. Una monja vino ayer a darme una carta y me dijo que su taxi tuvo que hacer un giro porque un cadáver, seguramente un ladrón ajusticiado, le cortaba el camino. La espiral ha seguido su macabro juego y hoy mismo pues un grupo de militares Seleka ha entrado, como una manada de búfalos, con una decena de coches bien pertrechados y ha tirado una espiral de ráfagas asesinas contra la multitud, como vemos en la t.v. que sucede en Bagdad o en Ohm, provocando otras decenas de muertos y heridos, mucha gente inocente que pierde la vida por la obcecación de los que quieren tan solo sembrar la muerte. Los musulmanes del oeste del país se han reagrupado en Boda para defender su monopolio sobre el comercio de los diamantes que los no musulmanes les quieren arrebatar. En el norte, los musulmanes han atacado la misión católica de Ndele hace 15 días, han expulsado a los sacerdotes y quieren que los no musulmanes de la etnia Banda, que son decenas de miles, abandonen sus campos y sus hogares, sus tiendas y hasta las tumbas de sus seres queridos porque una espiral de intolerancia les ha zarandeado y quieren que toda aquella región sea sólo para ellos.
El 5 de abril viene a ver qué está pasando aquí el mismísimo Ban Ki Moon. Quiere saber porqué los 7000 soldados de la fuerza africana y los 2000 franceses no consiguen parar este shunami de horror.
Mientras en el este, en la zona de Bangassou donde yo vivo, un comité de mediación ha conseguido que, por el momento, las diferentes comunidades y religiones convivan en paz. Cuánto durará esta pompa de jabón? O es que una espiral de contagio acabará sembrando la duda y metiendo fuego allí donde, por el momento, hemos conseguido poner moderación y sentido común? Qué pasará mañana en Bangui? Quién atacará primero? Dios, qué nos dices para sembrar un poco de sensatez hasta darnos cuenta que el «ojo por ojo» nos llevará tan sólo a quedarnos todos ciegos? Mete, con tu gracia, una espiral de sentido común, porque la de violencia y muerte sólo conduce a más violencia más muerte.
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