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El Cursillo: un regalo insospechado

   Siempre que me preguntan por mi Cursillo, me viene a la mente la Noche de Reyes. Para muchos es la noche por antonomasia. Es, entre todas las noches, la más significativa, al ser en ella donde nuestras ilusiones y esperanzas por ver cumplido nuestros deseos más intensos, se fraguan para volverse siempre realidad, cuando en la mañana del seis eres obsequiado con aquello que, por especial e inesperado, queda fijado permanentemente en tu vida. Eso fue el Cursillo: un regalo insospechado.

   Aprovecho para hacer un guiño a los que con tanto cariño, dedicación, esfuerzo y tiempo, me fueron preparando para saber reconocer la importancia y el compromiso que conlleva un regalo tan personal. Ahora, aprecio con mayor fuerza la importancia de la Familia en el establecimiento de esos cimientos fuertes, en la transmisión de valores y virtudes que, al menos en mi caso, me facilitó el asentimiento del regalo revelado.

   Es, en el ámbito de la Familia, en donde se marca nuestro primer lugar de actuación. Es curioso porque, siendo la Familia un ambiente común de amor, es el lugar donde con mas frecuencia cuestionamos la fidelidad de nuestro compromiso, a veces, por no alcanzar a entender racionalmente que en su seno existe más cantidad de cariño, afecto, pasión, apego, ternura, bondad, amistad, simpatía, apoyo, protección, tolerancia, generosidad, perdón…, en definitiva, caridad, del que podemos ser capaces de imaginar. Es este, un ámbito especial y delicado al que toda la atención prestada es poca.

   Es la Familia, en su generosidad, la que nos marca nuevas prioridades que conlleva la atención a los entornos próximos: nuestros conocidos, amigos, compañeros, a los que no podemos perder de vista y con los que estamos obligado a ser generosos compartiendo el regalo que se nos ha dado. Son nuestros compañeros de viaje,  cuestionados por los modelos sociales actuales que tienden a alejarnos unos de otros, diseminándonos, fragmentándonos, desperdigándonos, en unos nuevos ámbitos “virtuales”, que lejos de favorecer las relaciones personales autenticas, nos anestesia ante las necesidades de los más cercanos.

   Son éstos, nuestro siguiente lugar de atención. En ellos encontramos lo mejor y lo peor. En la amistad, es donde reconocemos inquietudes comunes, alegrías, comprensión, complicidad, complementariedad, solidaridad…, y también, preocupación, interrogantes, dudas, desencantos, traiciones, sufrimiento, enfermedades, cansancio, desánimo, desesperanza…. Es aquí, donde ofrecemos la esperanza del Plan al que hemos sido convocados; y es aquí donde descubrimos el valor de compartirlo.

   En cualquier situación, debemos ser quienes posibilitemos que el otro pueda encontrar la esperanza. No son pocas las situaciones que, erróneamente, desaprovechamos en la creencia de poder ser desacertados en nuestro testimonio. Nada más lejos de la realidad, nuestros entornos hoy están más necesitados que nunca de nuestros desatinos, de nuestro ofrecimiento, de nuestra implicación en aquello a lo que somos llamados.

   El siguiente lugar de nuestra atención, es consecuencia de todo lo anterior. Nuestro entorno está lleno de necesidades pendientes de ser cubiertas, muchas de estas son encauzadas desde plataformas, asociaciones, fundaciones…,  que requieren nuestra ayuda y colaboración, y también nuestra presencia aunque solo sea para aportar, a tiempo y a destiempo, un punto de vista que por viejo, no deja de ser novedoso. Y es aquí, donde ponemos a prueba toda nuestra creencia y valores, siendo entonces cuando con más nitidez se nos revela la fuerza de la providencia.

Fernando Rivera Reina
Cursillo nº 570

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