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¿Dondé está tu hermano?

   En noviembre de 1992 hice mi Cursillo que, recuerdo, fue el primer Cursillo Mixto de hombres y mujeres que se celebraba, por lo que aquélla “experiencia piloto” fue conducida por el Presidente y el Consiliario de entonces, Cándido Rodríguez y Manolo Hinojosa. Y lo que me aportó, sobre todo, fue descubrir la confianza en el Señor; entender que todo tiene un sentido, remar mar adentro sabiendo que no estás solo. En mi testimonio de clausura hice mías las palabras de la Madre Maravillas; “lo que Dios quiera, cuando Dios quiera, como Dios quiera”.

   En estos veinte años transcurridos, se ha ido tejiendo mi vida personal…, social…, profesional… y cristiana…, pero siempre poniendo en todos los pliegues, en las entretelas de mi historia, ese telón de fondo de vivir en la confianza del Señor, de confiar en su providencia, de saber que está al final de la Historia, de estar alerta y descubrir su presencia en las necesidades de nuestro entorno, de seguir su voluntad en  las peticiones que  me llegaban para comprometer una vida más plena, y de escuchar su Palabra, que me ha interpelado con una interrogante del Génesis cuyo eco resuena en la historia de los hombres, la pregunta de Dios a Caín “¿Dónde está tu hermano?”; y la afirmación de Jesús en Mateo 25, “Venid, benditos de mi Padre…porque tuve hambre y me disteis de comer…”. Esto me ha llevado a colocar en el centro de mi vida, la defensa de la dignidad de la persona humana.

   Así, en lo profesional, tanto en mi andadura de abogado, de Profesor en la Facultad de Derecho o en mi  etapa de compromiso público, siempre he buscado poner el derecho al servicio de las personas, como herramienta de justicia social y de conciliación de conflictos. En lo social, me incorporé seis meses después de mi Cursillo al ámbito de la inmigración, como abogado voluntario en Córdoba Acoge primero, y como Presidente después durante algunos años, desarrollando un servicio cerca de las necesidades  humanas, abriendo casas de acogida para hombres, mujeres y menores, delegaciones en la provincia, y desarrollando toda clase de programas de integración social. Descubrí el don y la gracia que había recibido, y la puse al servicio. Reconozco que las miles de personas inmigradas que tuve la fortuna de conocer y tratar, me dieron una lección admirable de confianza en Dios, de esperanza en los hermanos, de dignidad y coraje personal, de tesón  y búsqueda del propio camino personal, más allá de los contextos propios y por encima de adversidades incalculables. Llevé el ámbito de la inmigración al Colegio de Abogados y de la Universidad, al ámbito institucional y ciudadano, y también al ámbito de la Iglesia Diocesana de Córdoba, creándose la Delegación diocesana de migraciones en el año 2001, teniendo la responsabilidad de ponerla en marcha y coordinarla en sus primeros años.

   La andadura de mi fe cristiana ha ido caminando y bebiendo en diversas fuentes y experiencias, siempre en un acompañamiento comunitario. Durante años compartí los encuentros de la comunidad ecuménica de Taizé que descubrieron en mí el gusto por la oración y la universalidad de la Iglesia;  mantuve una estrecha vinculación en el ámbito de las Hermandades, que me sirvió para  aprender y valorar la importancia de la fraternidad y la fe popular. Como cursillista, renové mis cursillos e hice el de matrimonios, incluso realicé la preescuela sin llegar a incorporarme más ante las necesidades de la intendencia familiar, estando hoy a la retaguardia para que sea mi esposa la que sí pueda disfrutar de este Movimiento del que me siento integrado. Y también desde hace unos años, toda la familia formamos parte de una comunidad de padres que tiene su epicentro en la iglesia de Santa Victoria y que, todas las semanas, tiene sus encuentros en torno a la eucaristía y la catequesis.

   Soy consciente del largo camino que tenemos por delante, y del reto que se exige a los cristianos de nuestra hora para estar y ser parte de un mundo más humano y justo en el que no podemos permanecer callados ni impasibles, y en el que procuro aportar mi pequeño granito levantando la voz  en nombre de quienes son silenciados, y clamando justicia, libertad y misericordia entre los hombres.

   El mío, no es un testimonio ejemplar para nadie, pero con sus luces y sombras, sí es una historia de confianza en la palabra y en la providencia del Señor, que me ayuda cada día a seguir remando… mar adentro.

Paco García-Calabrés Cobo
Cursillos nº 729

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