“Entre todos los vivientes le escogió el Señor para presentarle las ofrendas,
el incienso y el aroma en memorial, y hacer expiación por su pueblo.”
Eclo 45, 20.
El llanto y el dolor es la respuesta natural del hombre ante la dura realidad
de la muerte cuando suena el teléfono y, al cogerlo, escuchas esa mala
noticia que llevas esperando mucho tiempo pero para la que nunca se está
preparado.
Para personas de fe como nosotros, ese trance, el de la muerte, debería
ser un momento de paz, sobre todo cuando el que se va es un hombre
santo, y con la certeza de que goza de la presencia del Padre desde el mismo
momento que la luz, que tanto había iluminado, se apagó.
Sirvan estas líneas, para recordar a ese Santo Sacerdote que nos abandonó
para reunirse con el Padre la Víspera de la Inmaculada. Y es que Don
Pedro Gómez Carrillo no se podía ir en otra fecha, él tenía que estar en el cielo
el día que su Madre celebraba su día grande.
Don Pedro supo dar un testimonio ejemplar durante toda su vida, y
más aún ante la enfermedad. Aquellos que tuvimos la suerte de conocerlo,
sabemos del sufrimiento y el dolor que la enfermedad le trajo estos cinco
últimos años. No era un sufrimiento yermo, jamás le escuchamos quejarse y,
mucho menos, nos encontramos ante un hombre derrotado y abatido. Si ya
era un hombre de Dios, sus últimos años nos supo hacer presente a Dios de
una forma muchísimo más radical, más autentica. Era el digno sacerdote, el
buen párroco y el inmejorable padre que todos necesitábamos y que se asimilaba
al dolor de Cristo en la pasión. El testimonio de un hombre que lo dio
todo, hasta desgastar su vida por Dios y por los hombres.
Para nosotros es muy duro tener que escribir estas líneas, Don Pedro
era sacerdote, y esa bendita opción no le permitió tener hijos, pero pocos
hombres sin descendencia, dejan tantos huérfanos y huérfanas como el Párroco
de San Miguel. Se dice que el hombre ha de mantener una serie de valores
para que la sociedad funcione, pero a los cristianos se nos pide mucho
mas, se nos pide que seamos hombres de virtud, y él lo ha sido. Esas virtudes
hicieron de su parroquia, y de todo lo que el tocaba, obras buenas de Dios,
lugares y acciones santas que agradaban al padre, porque la fe se contagia
igual que la alegría de ser hijos de Dios y miembros de la iglesia, y él irradiaba
y contagiaba esa bendita alegría.
Desde las Tendillas se le podía escuchar cantar desde su ambón, él
era grande en todos los sentidos, asustaba cuando te reñía y consolaba como
nadie cuando te abrazaba. Hizo de la sacristía de su parroquia aquella casa
de Betania, donde uno iba a descansar en el Señor, aquel punto de referencia
al que acudías cuando estabas cansado y agobiado o, simplemente, cuando
tenías algo bueno que contar. ¡Si esa mesa camilla hablara….!
Fue un sacerdote santo y un párroco muy activo: miles de matrimonios,
miles de niños confesados y catequizados por él, celebraron su primera
comunión; preparo y celebro confirmaciones, penitencias y unciones y, mientras
pudo, jamás falto a unas órdenes sacerdotales. También dirigió espiritualmente
muchísimos cursillos de cristiandad. Otros seguramente podrían
hablar mas de él en esta faceta; pero para saber la importancia que este hombre
tuvo en nuestro movimiento basta recordar que cuando se hicieron las
sesiones de escuela sobre la historia del mcc en córdoba, se llamo le llamó
a él como ponente para que iluminara nuestro conocimiento sobre los inicios
de esta realidad eclesial.
¡Que el Señor, que es justo y da al esfuerzo su merito, colme a nuestro
movimiento de bendiciones!, tantas como Don Pedro ha dejado entre nosotros.
Que nuestra Santa Madre María de la Inmaculada Concepción y Santa
Ángela de la Cruz, de las que él era fiel devoto, intercedan por él y por su familia
ante la muerte de este hombre santo y ejemplo de dignidad sacerdotal.
Área de Medios del MCC
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