La semana pasada falté a nuestra reunión en la Cruz Blanca. Realmente, creo que tenía una razón importante para hacerlo, sin embargo, desde el miércoles, todos los días me acuerdo de no haber asistido a la reunión. El tema que preparamos fue la homilía de Benedicto XVI en Cuatro Vientos en la JMJ. ¡Y yo estuve allí en Madrid! No pude ir a la reunión, ni compartir en el grupo lo que supuso para mi esa participación en la JMJ. Tampoco, se que reflexiones han hecho mis compañeros de grupo, cómo les ha llegado al corazón las palabras del Papa, ni qué efectos ven ellos que tendrán en nuestras vidas y en las de nuestros jóvenes… Y tengo mucho coraje, y siento, que de ese día ha quedado sólo un hueco sin llenar. Esto es para mi la perseverancia, o más bien, los efectos de la perseverancia.
Semana a semana, desde hace años, ese rato de reunión me ha ido uniendo a los demás hasta el punto de ser necesarios en mi vida, de sernos necesarios los unos a los otros. Ahora, ya no se trata de justificarme por qué no he ido a la reunión; ahora el problema es el vacío que queda cuando no voy. Pero no creo que la perseverancia sea un mérito nuestro. El Señor nos dijo que cuando dos o más nos reuniésemos en su nombre allí estaría Él, y esa es la base fundamental de las reuniones. ¿Quién no va a acudir si es el Señor quien nos espera? Él nos llamó para que fuésemos a San Pablo al Cursillo, Él nos propuso continuar viéndonos cada semana, y Él nos recompensa con su presencia en los demás cada vez que nos reunimos.
En la Clausura de mi Cursillo dije que el Señor me había llevado allí para regalarme unos “compañeros para el camino”. Este ha sido uno de los mejores regalos que me han hecho en la vida: encontrar un sitio donde compartir la fe, donde sentirme acompañada y una más de los muchos que, cada día, se esfuerzan en vivir como Jesús nos propuso. Sin embargo, este es un regalo vivo, igual que cuando te regalan una planta que hay que regar, ponerle abono y buscarle el mejor sitio para que tenga siempre luz. A nuestros “compañeros de camino” también hay que cuidarlos, mimarlos, no fallarles y procurar darles lo mejor de nosotros mismos. Nuestra fe es individual y personal pero vivimos en el mundo, en sociedad,… y necesitamos comunicarnos con los demás, no sentirnos solos, ni “bichos” raros.
A lo largo de los años, he descubierto este otro sentido para la perseverancia: la obligación que tenemos de ser los compañeros de camino que regala el Señor a los demás. Ellos nos necesitan a cada uno de nosotros…, necesitan llegar a la reunión y que estemos allí…, necesitan saber que son lo suficientemente importantes como para que hallamos dejado de hacer otras cosas y encontrado tiempo para acudir cada semana.
Mª Carmen Cayuela Porras
Cursillo nº 948
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